jueves, 23 de agosto de 2007

El obispo leproso

Comulgaba el otro día junto a un primo retirado que, en una de esas batallitas que no se cree nadie, me contaba una historia ocurrida en Mozambique, allá por los años setenta, cuando Anasagasti gastaba trenza jipinacionalista y Zapatero conocía a la que sería la mujer de su vida: una cualquiera que pasaba por allí.
Pagué al cura nuestras hostias con su sorbito de vino tinto, y me marché de la Iglesia que olía a marihuana en vez de a incienso. Un cura joven, pensé. Me senté en un banco junto a este primo mío retirado y comenzó a contarme la historia del cura leproso, creo que me reí un par de veces de risa de las barbaridades que me decía, pero total, él tiene paga y yo le acompañaba en su día de libertad del manicomio como tutor.
- Illo, tío, comenzó, esto que te cuento es verdad, me lo ha contado un compañero.
- Como para confiar en tus compañeros, larga todo lo que sepas, le dije mientras encendía un cigarrillo.
- En serio, illo, tío, de verdad lo que te voy a contar. Y comenzó:

En Mozabique, cuando todavía Aznar tenía un higado agradable a la vista y una cara casi agradable a la vista, y una novia casi agradable a la vista, vivía un curilla que un día voceó: ¡ Que viene el Papa, el Papaaaaaaaaaaaaaaaaa! Pero el Papa(aaaaaaaaaaaaaaaa) no vino y, en su lugar, llegó un hombre vestido color tinto, con un gracioso sombrerito y muchas granas de predicar: Hermanos, a pecar como marranos, fue lo primero que exclamó nada más pisar suelo mozambiqueño. Pero el obispo contrajo una enfermedad tela de chunga en el país africano, la lepra le hacía que las uñas se las cortase haciendo palanca, y que trozos de su piel sirviesen para arropar a uno de esos niñitos hinchaditos que vemos en los anuncios de empresas solidarias, perdón, que se llaman ONG's.
El pobre obispo, triste y apenados, escribía sonetillos de amor a su tierra, compartiendo con todos los morenitos de por allí sus tristezas personales y de la piel. Porque cuando el obispo estaba triste, su piel caía como cascada, y cuando estaba feliz... también.
Un día, el triste obispo leproso, salió huyendo de la ciudad porque razones que no se conocen y no se volvió a saber de él, pero cuentan que de vez en cuando aparece en un diocésis de cualquier ciudad del mundo y comienza a recitar sus sonetillos, o a cantar canciones de Mónica Narajo como Sobreviviré, y de otros cantantes que llevan la palabra piel en su letra.

- Vámonos, le dije a mi primo retirado. No esás curado todavía.
- No primo, no podemos irnos.
- ¿Por qué?, pregunté.
- Porque me gusta esta canción...
- ¿Cuál? Y de pronto la escuché, como caída del cielo, como caída del campanario de la iglesia.
DICEN QUE TIENES VENENO EN LA PIEL
Y QUE ESTÁS HECHA DE PLÁSTICO FINO...

No hay comentarios: